Profesora: Antonella Mármol Vila.
Asignatura:
Filosofía.
Curso: 5º año.
René Descartes
–“Meditaciones Metafísicas”–
Caracterización general de la significación
filosófica contenida en las meditaciones primera y segunda.
Meditación Primera – En dicha meditación,
Descartes establece los argumentos por los cuales considera que es posible
dudar de todas las cosas, especialmente de las cosas materiales. Ello adquiere
gran significación al momento en que, al enfrentarnos con el estudio de la obra
en su totalidad, percibimos la importancia que Descartes concede al hecho de no
otorgar plena confianza a los datos sensoriales que percibimos.
Meditación Segunda – En la misma, Descartes pone
en duda todas aquellas ideas acerca de las cuales podemos llegar a albergar
alguna duda, exceptuando la idea de su propia existencia, acerca de la cual
probará su certeza mediante la famosa premisa “pienso, luego existo”, conocida como “cogito cartesiano”. Es aquí en donde nos encontramos con la
demarcación del criterio de certeza tan buscado por el filósofo. Asimismo, es
en la segunda meditación en donde se distinguen los tipos de sustancias
reconocidos por Descartes.
Presentación de aquellos fragmentos de texto
contenidos en la obra Meditaciones Metafísicas (texto fuente) sobre los cuales
trabajaremos en clase.
Meditación Primera: “De las cosas que pueden ponerse en duda”
“Hace ya
mucho tiempo que me he dado cuenta de que, desde mi niñez, he admitido como
verdaderas una porción de opiniones falsas, y que todo lo que después he ido
edificando sobre tan endebles principios no puede ser sino muy dudoso e
incierto; desde entonces he juzgado que era preciso acometer seriamente, una
vez en mi vida, la empresa de deshacerme de todas las opiniones a que había
dado crédito, y empezar de nuevo, desde los fundamentos, si quería establecer
algo firme y constante en las ciencias. (…) Y para esto no será necesario que
demuestre que todas son falsas (…) bastará, pues para rechazarlas todas, que
encuentre, en cada una razones para ponerla en duda. Y para esto nos será
necesario tampoco que vaya examinándolas una por una, pues fuera un trabajo
infinito; y puesto que la ruina de los cimientos arrastra necesariamente
consigo la del edificio todo, bastará que dirija primero mis ataques contra los
principios sobre que descansaban todas mis opiniones antiguas.”
“Todo lo
que he tenido hasta hoy por más verdadero y seguro, lo he aprendido de los
sentidos o por los sentidos; ahora bien: he experimentado varias veces que los
sentidos son engañosos, y es prudente no fiarse nunca por completo de quienes
nos han engañado una vez.”
“Pero
aunque los sentidos nos engañen, a las veces, acerca de cosas muy poco
sensibles o muy remotas, acaso haya otras muchas, sin embargo, de las que no
pueda razonablemente dudarse, aunque las conozcamos por medio de ellos; como
son, por ejemplo, que estoy aquí, sentado junto al fuego, vestido con una bata,
teniendo este papel en las manos y otras por el estilo. Y ¿cómo negar que estas
manos y este cuerpo sean míos, a no ser que me empareje a algunos insensatos,
cuyo cerebro está tan turbio (…) que afirman de continuo ser reyes, siendo muy
pobres, estar vestidos de oro y púrpura, estando en realidad desnudos (…)? Mas
los tales son locos (…)”
“¡Cuántas
veces me ha sucedido soñar de noche que estaba en este mismo sitio, vestido,
sentado junto al fuego, estando en realidad desnudo y metido en la cama! Bien
me parece ahora que, al mirar este papel, no lo hago con ojos dormidos; que
esta cabeza, que muevo, no está somnolienta; que si alargo la mano y la siento,
es de propósito y a sabiendas; lo que en sueños sucede no parece tan claro y
tan distinto como todo esto. Pero si pienso en ello con atención, me acuerdo de
que, muchas veces, ilusiones semejantes me han burlado mientras dormía; y, al
detenerme en este pensamiento, veo tan claramente que no hay indicios ciertos
para distinguir el sueño de la vigilia, que me quedo atónito, y es tal mi
extrañeza, que casi es bastante a persuadirme de que estoy durmiendo.”
“Supongamos,
pues, ahora, que estamos dormidos y que todas estas particularidades, a saber:
que las manos y otras por el estilo, no son sino engañosas ilusiones; y
pensemos que, acaso, nuestras manos y nuestro cuerpo todo no son tales como los
vemos. Sin embargo hay que confesar, por lo menos, que las cosas que nos
representamos durante el sueño son como unos cuadros y pinturas que tienen que
estar hechas a semejanza de algo real y verdadero, y, por lo tanto, que esas
cosas generales, a saber: ojos, cabeza, manos, cuerpo, no son imaginarias, sino
reales y existentes.”
“(…) acaso haríamos bien en
inferir de esto que la física, la astronomía, la medicina y cuantas ciencias
dependen de la consideración de las cosas compuestas, son muy dudosas e
inciertas; pero que la aritmética, la geometría y demás ciencias de esta
naturaleza, que no tratan sino de cosas muy simples y generales, sin
preocuparse mucho de si están o no en la naturaleza, contienen algo cierto e
indudable, pues duerma yo o esté despierto, siempre dos y tres sumarán cinco y
el cuadrado no tendrá más de cuatro lados; y no parece posible que unas
verdades tan claras y tan aparentes puedan ser sospechosas de falsedad o de
incertidumbre.
Sin embargo, tiempo ha que
tengo en el espíritu cierta opinión de que hay un Dios que todo lo puede, por
quien he sido hecho y creado como soy. Y ¿qué se yo si no habrá querido que no
haya tierra, ni cielo, ni cuerpo extenso, ni figura, ni magnitud, ni lugar, y
que yo, sin embargo, tenga el sentimiento de todas estas cosas, y que todo ello
no me parezca existir de distinta manera de la que yo lo veo? Y es más aún:
Como yo pienso, a las veces, que los demás se engañan en las cosas que mejor
creen saber, ¿qué se yo si Dios no ha querido que yo también me engañe cuando
adiciono dos y tres, o enumero los lados de un cuadrado (…)”
“Mas acaso Dios no ha querido
que yo sea de esa suerte burlado, pues dícese de Él que es suprema bondad. Sin
embargo, si repugnase a su bondad el haberme hecho de tal modo que me equivoque
siempre, también parecería contrario a esa bondad el permitir que me equivoque
alguna vez, no obstante lo cual no es dudoso que lo haya permitido. A esto
dirán quizá algunos, que prefieren negar la existencia de tan poderoso Dios,
que creer que todas las demás cosas son inciertas.”
“Supondré, pues, no que Dios,
que es la bondad suma y la fuente suprema de la verdad, me engaña, sino que
cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha
puesto su industria toda en negarme; pensaré que el cielo, el aire, la tierra,
los colores, las figuras, los sonidos y todas las demás cosas exteriores no son
sino ilusiones y engaños de que hace uso, como cebos, para captar mi
credulidad; me consideraré a mí mismo como sin manos, sin ojos, sin carne, sin
sangre; creeré que sin tener sentidos, doy falsamente crédito a todas esas cosas;
permaneceré obstinadamente adicto a ese pensamiento y, si por tales medios no
llego a poder conocer una verdad, por lo menos en mi mano está el suspender mi
juicio. Por lo cual, con gran cuidado procuraré no dar crédito a ninguna
falsedad, y prepararé mi ingenio tan bien contra las astucias de ese gran
burlador, que, por muy poderoso y astuto que sea, nunca podrá imponerme nada.”
Meditación Segunda: “De la naturaleza del espíritu humano; y que es más fácil conocer que
el cuerpo”
“Haré un esfuerzo, sin
embargo, y seguiré por el mismo camino que ayer emprendí, alejándome de todo
aquello en que pueda imaginar la menor duda, como si supiese que es
absolutamente falso, y continuaré siempre por ese camino, hasta que encuentre
algo que sea cierto, o por lo menos, si otra cosa no puedo, hasta que haya
averiguado con certeza que nada hay cierto en el mundo. Supongo pues, que todas
las cosas que veo son falsas; estoy persuadido de que nada de lo que mi
memoria, llena de mentiras, me representa, ha existido jamás; pienso que no
tengo sentidos; creo que el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el
lugar son ficciones de mi espíritu ¿Qué, pues, podrá estimarse verdadero? Acaso
nada más sino esto: que nada hay cierto en el mundo.”
“Y yo, al menos, ¿no soy algo?
Pero ya he negado yo que tenga sentido ni cuerpo alguno, vacilo, sin embargo;
pues ¿qué se sigue de aquí? ¿Soy yo tan dependiente del cuerpo y de los
sentidos que, sin ellos, no pueda ser? (...) ¿estaré, pues, persuadido también
de que yo no soy” (…) Pero hay cierto burlador muy poderoso y astuto que dedica
su industria toda a engañarme siempre. No cabe, pues, duda alguna de que yo
soy, puesto que me engaña y, por mucho que me engañe, nunca conseguiré hacer
que yo no sea nada, mientras yo esté pensando que soy algo. De suerte que,
habiéndolo pensado bien y habiendo examinado cuidadosamente todo, hay que
concluir por último y tener por constante que la proposición siguiente: ‘yo
soy, yo existo’, es necesariamente verdadera, mientras la estoy pronunciando o
concibiendo en mi espíritu.
Pero yo, que estoy cierto de
que soy, no conozco aún con bastante claridad quién soy (…)”
“Pero ¿quién soy yo ahora, que
supongo que hay cierto geniecillo en extremo poderoso y, por decirlo así,
maligno y astuto, que dedica todas sus fuerzas e industria a engañarme? ¿Puedo
afirmar que poseo alguna cosa de las que acabo de decir que pertenecen a la
naturaleza del cuerpo? Deténgome a pensar en esto con atención; paso y repaso
todas estas cosas en mi espíritu y ni en una sola hallo que pueda decir que
está en mí. (…) Vamos pues, a los atributos del alma, y veamos si hay alguno
que esté en mí. Los primeros son alimentarme y andar; mas si es cierto que no
tengo cuerpo, también es verdad que no puedo ni andar ni alimentarme. Otro es
sentir; pero sin cuerpo no se puede sentir, y además, me ha sucedido
anteriormente que he pensado que sentía varias cosas durante el sueño, y luego,
al despertar, he visto que no las había efectivamente sentido. Otro es pensar;
y aquí encuentro que el pensamiento es lo único que no puede separarse de mí.
Yo soy, existo, esto es cierto; pero ¿cuánto tiempo? Todo el tiempo que dure mi
pensar; pues acaso podría suceder que, si cesase por completo de pensar, cesara
al propio tiempo por completo de existir. Ahora no admito nada que no sea
necesariamente verdadero; ya no soy, pues, hablando con precisión, sino una
cosa que piensa, es decir, un espíritu, un entendimiento o una razón (…) Soy,
pues, una cosa verdaderamente existente. Mas, ¿qué cosa? Ya lo he dicho: una
cosa que piensa.”
“¿Qué soy, pues? Una cosa que
piensa. ¿Qué es una cosa que piensa? Es una cosa que duda, entiende, concibe,
afirma, niega, quiere, no quiere y, también, imagina y siente. Ciertamente no
es poco, si todo eso pertenece a mi naturaleza. Mas ¿por qué no ha de
pertenecerle?”
“Consideremos, pues, ahora las
cosas que vulgarmente se tienen por las más fáciles de conocer (…) a saber: los
cuerpos que tocamos y vemos; no ciertamente los cuerpos en general, pues las
nociones generales son, por lo común, un poco confusas, sino un cuerpo
particular. Tomemos, por ejemplo, este pedazo de cera, acaba de salir de la
colmena; no ha perdido aún la dulzura de la miel que contenía; conserva algo de
olor de las flores, de que ha sido hecho; su color, su figura, su tamaño se
muestran aparentes; es duro, frío, manejable y, si se le golpea, producirá un
sonido. En fin, en él se encuentra todo lo que puede dar a conocer
distintamente un cuerpo. Mas, he aquí que, mientras estoy hablando, lo acercan al
fuego; lo quedaba de sabor, se exhala, el olor se evapora, el color cambia, la
figura se pierde, el tamaño aumenta, se hace líquido, se calienta, apenas si
puede ya manejarse y, si lo golpeo, ya no dará sonido alguno ¿Sigue siendo la
misma cera después de tales cambios¿ Hay que confesar que sigue siendo la
misma; nadie lo duda, nadie juzga de distinto modo ¿Qué es, pues, lo que en
este trozo de cera se conocía con tanta distinción? Ciertamente no puede ser
nada de lo que he notado por medio de los sentidos, puesto que todas las cosas
percibidas por el gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído han cambiado
y, sin embargo, la misma cera permanece. (…) Considerémosle atentamente y,
separando todas las cosas que no pertenecen a la cera, veamos lo que queda. No
queda ciertamente más que algo extenso, flexible y mudable. (…) Hay, pues, que
convenir, en que no puedo por medio de la imaginación, ni siquiera comprender
lo que sea este pedazo de cera y que sólo mi entendimiento lo comprende”
“Y lo que aquí hay que notar
bien es que su percepción no es una visión, ni un tacto, ni una imaginación y
no lo ha sido nunca, aunque antes lo pareciera, sino sólo una inspección del
espíritu, la cual puede ser imperfecta y confusa, como lo era antes, o clara y
distinta, como lo es ahora (…)”
“Y, además, si la noción o
percepción de la cera me ha parecido más clara y distinta, después de que, no
sólo la vista y el tacto, sino otras muchas causas me la han puesto más de
manifiesto, ¡con cuánta mayor evidencia, distinción y claridad habrá que
confesar que me conozco ahora, puesto que todas las razones que sirven para
conocer y concebir la naturaleza de la cera o de cualquier otro cuerpo, prueban
mucho mejor la naturaleza de mi propio espíritu! (…) nada hay que me sea más
fácil de conocer que mi propio espíritu.”
[1] Descartes, René; “Meditaciones
metafísicas”; Colección Austral; Espasa – Calpe, S.A.; Madrid; 1975.
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