Profesora:
Antonella Mármol Vila.
Asignatura: Filosofía.
Curso: 2º B.D.
Karl R. Popper
– LA LÓGICA DE LA INVESTIGACIÓN CIENTÍFICA
-
(Selección de textos)
PRIMERA PARTE -
Introducción a la lógica de la ciencia.
CAPITULO PRIMERO
Panorama de algunos problemas
fundamentales
El hombre de ciencia, ya sea
teórico o experimental, propone enunciados —o sistemas de enunciados— y los
contrasta paso a paso. En particular, en el campo de las ciencias empíricas
construye hipótesis —o sistemas de teorías— y las contrasta con la experiencia
por medio de observaciones y experimentos. Según mi opinión, la tarea de la
lógica de la investigación científica —o lógica del conocimiento— es ofrecer un
análisis lógico de tal modo de proceder: esto es, analizar el método de las
ciencias empíricas. Pero, ¿cuáles son estos «métodos de las ciencias
empíricas»? Y ¿a qué cosa llamamos «ciencia empírica»?
1. EL PROBLEMA DE LA
INDUCCIÓN
De acuerdo con una tesis que
tiene gran aceptación —y a la que nos opondremos en este libro—, las ciencias
empíricas pueden caracterizarse por el hecho de que emplean los llamados
«métodos inductivos» según esta tesis, la lógica de la investigación científica
sería idéntica a la lógica inductiva, es decir, al análisis lógico de tales
métodos inductivos. Es corriente llamar «inductiva» a una inferencia cuando
pasa de enunciados singulares (llamados, a veces, enunciados «particulares»),
tales como descripciones de los resultados de observaciones o experimentos, a
enunciados universales, tales como hipótesis o teorías. Ahora bien, desde un
punto de vista lógico dista mucho de ser obvio que estemos justificados al
inferir enunciados universales partiendo de enunciados singulares, por elevado
que sea su número; pues cualquier conclusión que saquemos de este modo corre
siempre el riesgo de resultar un día falsa: así, cualquiera que sea el número
de ejemplares de cisnes blancos que hayamos observado, no está justificada la
conclusión de que todos los cisnes sean blancos. Se conoce con el nombre del
problema de la inducción la cuestión acerca de si están justificadas las
inferencias inductivas, o de bajo qué condiciones lo están. El problema de la
inducción puede formularse, asimismo, como la cuestión sobre cómo establecer la
verdad de los enunciados universales basados en la experiencia —como son las
hipótesis y los sistemas teóricos de las ciencias empíricas—. Pues muchos creen
que la verdad de estos enunciados se sabe por experiencia; sin embargo, es
claro que todo informe en que se da cuenta de una experiencia —o de una
observación, o del resultado de un experimento— no puede ser originariamente un
enunciado universal, sino sólo un enunciado singular. Por lo tanto, (quien dice
que sabemos por experiencia la verdad de un enunciado universal suele querer
decir que la verdad de dicho enunciado puede reducirse, de cierta forma, a la
verdad de otros enunciados —éstos singulares— que son verdaderos según sabemos
por experiencia; lo cual equivale a decir que los enunciados universales están
basados en inferencias inductivas. Así pues, la pregunta acerca de si hay leyes
naturales cuya verdad nos conste viene a ser otro modo de preguntar si las
inferencias inductivas están justificadas lógicamente. Mas si queremos
encontrar un modo de justificar las inferencias inductivas, hemos de intentar,
en primer término, establecer un principio de inducción. Semejante principio
sería un enunciado con cuya ayuda pudiéramos presentar dichas inferencias de
una forma lógicamente aceptable. A los ojos de los mantenedores de la lógica
inductiva, la importancia de un principio de inducción para el método
científico es máxima : «...este principio —dice Reichenbach— determina la
verdad de las teorías científicas; eliminarlo de la ciencia significaría nada
menos que privar a ésta de la posibilidad de decidir sobre la verdad o falsedad
de sus teorías ; es evidente que sin él la ciencia perdería el derecho de
distinguir sus teorías de las creaciones fantásticas y arbitrarias de la
imaginación del poeta». (...)
A partir de la obra de Hume debería
haberse visto claramente que aparecen con facilidad incoherencias cuando se admite
el principio de inducción (...) para
justificarlo tenemos que utilizar inferencias inductivas; para justificar éstas
hemos de suponer un principio de inducción de orden superior, y así sucesivamente.
Por tanto, cae por su base el intento de fundamentar el principio de inducción
en la experiencia, ya que lleva, inevitablemente, a una regresión infinita. (...)
Esta doctrina sostiene que las
inferencias inductivas son «inferencias probables». «Hemos descrito —dice
Reichenbach— el principio de inducción como el medio por el que la ciencia
decide sobre la verdad. Para ser más exactos, deberíamos decir que sirve para
decidir sobre la probabilidad: pues no le es dado a la ciencia llegar a la
verdad ni a la falsedad..., mas los enunciados científicos pueden alcanzar únicamente
grados continuos de probabilidad, cuyos límites superior e inferior,
inalcanzables, son la verdad y la falsedad». (...) no se gana nada si el mismo
principio de inducción no se toma como «verdadero», sino como meramente
«probable». En resumen: la lógica de la inferencia probable o «lógica de la
probabilidad», como todas las demás formas de la lógica inductiva, conduce,
bien a una regresión infinita, bien a la doctrina del apriorismo. La teoría que
desarrollaremos en las páginas que siguen se opone directamente a todos los
intentos de apoyarse en las ideas de una lógica inductiva. Podría describírsela
como la teoría del método deductivo de contrastar, o como la opinión de que una
hipótesis sólo puede contrastarse empíricamente —y únicamente después de que ha
sido formulada. (...)
3.
CONTRASTACIÓN DEDUCTIVA DE TEORÍAS
De acuerdo con
la tesis que hemos de proponer aquí, el método de contrastar críticamente las
teorías y de escogerlas, teniendo en cuenta los resultados obtenidos en su
contraste, procede siempre del modo que indicamos a continuación. Una vez
presentada a título provisional una nueva idea, aún no justificada en absoluto
—sea una anticipación, una hipótesis, un sistema teórico o lo que se quiera—,
se extraen conclusiones de ella por medio de una deducción lógica; estas
conclusiones se comparan entre sí y con otros enunciados pertinentes, con
objeto de hallar las relaciones lógicas (tales como equivalencia,
deductibilidad, compatibilidad o incompatibilidad, etc.) que existan entre
ellas. Si queremos, podemos distinguir cuatro procedimientos de llevar a cabo
la contrastación de una teoría. En primer lugar, se encuentra la comparación
lógica de las conclusiones unas con otras: con lo cual se somete a contraste la
coherencia interna del sistema. Después, está el estudio de la forma lógica de
la teoría, con objeto de determinar su carácter: si es una teoría empírica
—científica— o si, por ejemplo, es tautológica. En tercer término, tenemos la
comparación con otras teorías, que tiene por principal mira la de averiguar si
la teoría examinada constituiría un adelanto científico en caso de que
sobreviviera a las diferentes contrastaciones a que la sometemos. Y finalmente,
viene el contrastarla por medio de la aplicación empírica de las conclusiones
que pueden deducirse de ella. Lo que se pretende con el último tipo de
contraste mencionado es descubrir hasta qué punto satisfarán las nuevas
consecuencias de la teoría —sea cual fuere la novedad de sus asertos— a los
requerimientos de la práctica (...) También en este caso el procedimiento de
contrastar resulta ser deductivo; veámoslo. Con ayuda de otros enunciados
anteriormente aceptados se deducen de la teoría a contrastar ciertos enunciados
singulares —-que podremos denominar «predicciones»—; en especial, predicciones
que sean fácilmente contrastables o aplicables. Se eligen entre estos
enunciados los que no sean deductibles de la teoría vigente, y, más en
particular, los que se encuentren en contradicción con ella. A continuación
tratamos de decidir en lo que se refiere a estos enunciados deducidos (y a
otros), comparándolos con los resultados de las aplicaciones prácticas y de
experimentos. Si la decisión es positiva, esto es, si las conclusiones
singulares resultan ser aceptables, o verificadas, la teoría a que nos
referimos ha pasado con éxito las contrastaciones (por esta vez): no hemos
encontrado razones para desecharla. Pero si la decisión es negativa, o sea, si
las conclusiones han sido falsadas, esta falsación revela que la teoría de la
que se han deducido lógicamente es también falsa. Conviene observar que una
decisión positiva puede apoyar a la teoría examinada sólo temporalmente, pues
otras decisiones negativas subsiguientes pueden siempre derrocarla. Durante el
tiempo en que una teoría resiste contrastaciones exigentes y minuciosas, y en
que no la deja anticuada otra teoría en la evolución del progreso científico,
podemos decir que ha «demostrado su temple» o que está corroborada» por la
experiencia. En el procedimiento que acabamos de esbozar no aparece nada que
pueda asemejarse a la lógica inductiva. En ningún momento he asumido que
podamos pasar por un razonamiento de la verdad de enunciados singulares a la
verdad de teorías. No he supuesto un solo instante que, en virtud de unas
conclusiones «verificadas», pueda establecerse que unas teorías sean
«verdaderas», ni siquiera meramente «probables». (...)
6.
LA FALSABILIDAD COMO CRITERIO DE DEMARCACIÓN
(…) en mi
opinión, no existe nada que pueda llamarse inducción. Por tanto, será
lógicamente inadmisible la inferencia de teorías a partir de enunciados
singulares que estén «verificados por la experiencia» (cualquiera que sea lo
que esto quiera decir). Así pues, las teorías no son nunca verificables
empíricamente. Si queremos evitar el error positivista de que nuestro criterio
de demarcación elimine los sistemas teóricos de la ciencia natural, debemos
elegir un criterio que nos permita admitir en el dominio de la ciencia empírica
incluso enunciados que no puedan verificarse. Pero, ciertamente, sólo admitiré
un sistema entre los científicos o empíricos si es susceptible de ser
contrastado por la experiencia. Estas consideraciones nos sugieren que el
criterio de demarcación que hemos de adoptar no es el de la verificabilidad,
sino el de la falsabilidad de los sistemas. Dicho de otro modo: no exigiré que
un sistema científico pueda ser seleccionado, de una vez para siempre, en un
sentido positivo ; pero sí que sea susceptible de selección en un sentido negativo
por medio de contrastes o pruebas empíricas: ha de ser posible refutar por la
experiencia un sistema científico empírico '. (Así, el enunciado «lloverá o no
lloverá aquí mañana» no se considerará empírico, por el simple hecho de que no
puede ser refutado; mientras que a este otro, «lloverá aquí mañana», debe
considerársele empírico.)
EDITORIAL TECNOS; MADRID. Traducción por VICTOR SANCHEZ DE ZAVALA.
Edición, 1962.
1." reimpresión, 1967. 2.» reimpresión, 1971. 3.»
reimpresión, 1973. 4.» reimpresión, 1977. 5."reimpresión, 1980.
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