En principio, les comparto la definición de "ser" que estábamos trabajando en clase.
A continuación, un esquema con algunos ejemplos de problemas metafísicos:
Las sustancias referidas son las siguientes:
Como podrá apreciarse, en nuestro caso trabajaremos sobre la cuestión de la realidad y la inmortalidad del alma, según Platón.
NOTA: La idea es que registren estos contenidos en sus cuadernos tal como se los presento.
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Llegados a este punto, les recomiendo comenzar a leer el repartido de Metafísica (subido hace algunas semanas). Comenzamos así con el problema del CAMBIO y la PERMANENCIA. Allí encontrarán información de Heráclito y Parménides. Estúdienla e intenten comprender las posturas de estos dos pensadores antiguos sobre el problema mencionado. Para facilitar dicha comprensión, adjunto un video de los tantos que hay en la web.
Claro está que pueden usar los recursos que mejor consideren. Recomiendo este en particular porque contiene información correcta, acotada y explicada de forma didáctica:
NOTA: Cuando se menciona el término "arjé" (el cual puede encontrase escrito de varias maneras) se refiere al elemento primordial que dio origen al cosmos, el principio de todo. Los antiguos, concretamente los filósofos presocráticos (aquellos que vivieron y desarrollaron su pensamiento previo al de Sócrates) creía que existía en el universo un elemento primero del cual se deriva todo lo existente.
Adjunto a continuación, fragmentos seleccionados del libro de F. Copleston para poder comprender mejor el pensar de Heráclito y Parménides. Recorté mucho contenido porque es realmente extenso pero aún así creo que no perdió coherencia. Lo resaltado en azul es información que considero de importancia para lo que nos interesa estudiar de estos pensadores.
Liber Frederick Copleston
HISTORIA DE LA FILOSOFIA I - Grecia y Roma
CAPÍTULO V - HERÁCLITO
Heráclito,
noble de la ciudad de Éfeso (…) hombre de temperamento melancólico, que
gustaba
de vivir apartado y solitario. El
estilo de Heráclito parece haber sido un tanto oscuro, lo que en tiempos
posteriores le
granjeó el apodo de “el oscuro”. Esta manera de proceder no debió de ser del
todo inintencionada;
al menos, entre los fragmentos se hallan sentencias que dicen cosas
así:
«La naturaleza gusta de ocultarse»; «El señor cuyo oráculo está en Delfos ni
dice
ni
esconde nada de lo que quiere significar, sino sólo lo indica por señas».
A
Heráclito le conocen muchos por la famosa expresión que se le ha atribuido,
aunque,
según parece, no es suya: «Todo
fluye» Esto,
en resumidas
cuentas,
es lo que de él sabe mucha gente. Pero tal afirmación no constituye, por así
decirlo,
el núcleo de su pensamiento filosófico, aunque sí sea, verdaderamente, un
aspecto
importante de su doctrina: ¿Acaso no dijo aquello de que «es imposible
meterse dos veces en el mismo río, pues
quienes se meten sumérgense en aguas
siempre distintas»? Platón observa,
además, que «Heráclito dice en alguna parte que
todo
pasa y nada permanece; y, comparando las cosas con la corriente de un río, dice
que
no se puede entrar dos veces en el mismo río»
Sería,
no obstante, un error suponer que Heráclito pretendiese enseñar que el
continuo
cambio es la nada, pues esto lo contradice todo el resto de su filosofía11. Ni
la
proclamación
del cambiar es tampoco el rasgo más importante y significativo de su
pensamiento.
Heráclito insiste en su «Palabra» [Logos], o sea, en su especial mensaje
a
la humanidad, y no es creíble que se hubiese sentido con derecho a hacerlo así
si tal
mensaje
se redujera a la obvia verdad de que las cosas cambian incesantemente,
verdad
que ya habían considerado los otros filósofos jonios y que apenas parecería
novedosa.
No, la contribución
original de Heráclito a la filosofía ha de buscarse en
otra parte: consiste en su concepción de
la unidad en la diversidad, de la diferencia en la unidad.
Para
él, la lucha de los contrarios entre sí, lejos de ser una tacha en la
unidad
del Uno, le es esencial al ser mismo del Uno. En efecto, el Uno solamente
puede
existir en la tensión de los contrarios: esta tensión es esencial para la
unidad
del
Uno.
La
realidad es una según Heráclito. Heráclito enseña, en efecto, que la realidad
cambia constantemente, que pertenece a su naturaleza esencial el cambiar; pero
esto no debe interpretarse como si, para él, no hubiese en absoluto una
realidad cambiante.
«Los
hombres no comprenden que lo diferente concierta consigo mismo
y
que entre los contrarios hay una armonía recíproca, como la del arco y la
lira.»
Para Heráclito, pues, la realidad es una;
pero, al mismo tiempo, es múltiple, y esto no
de un modo meramente accidental, sino
esencialmente. Para que exista el Uno, es
esencial que sea a la vez uno y múltiple,
identidad en la diferencia.
Mas,
¿qué quiere decir esto del Uno en lo múltiple? Para Heráclito (…) la esencia de
todas
las cosas es el fuego. A primera vista, quizá parezca que Heráclito se dedicase
a
hacer
meras variaciones sobre el viejo tema jonio, algo así como si, porque Tales
identificó
la realidad con el agua y Anaxímenes con el aire, Heráclito, sólo por
distinguirse
de sus predecesores, hubiese optado por el fuego. Pero en su elección
del
fuego había algo más que semejante afán: tenía una razón positiva y muy buena
para
fijarse en el fuego, un motivo muy relacionado con el pensamiento central de su
filosofía.
La
experiencia sensible nos enseña que el fuego vive alimentándose de una materia
heterogénea
a la que consume y transforma en sí. Brota, por así decirlo, de multitud
de
objetos, que va transformando en sí, y sin esta provisión de materia se muere,
deja
de
arder. La existencia misma del fuego depende de esta «lucha», de esta
«tensión».
La
elección del fuego por Heráclito como naturaleza esencial de la realidad no se
debió simplemente a un capricho, ni tampoco al interés por distinguirse de sus
predecesores, sino que le fue sugerida por su idea filosófica esencial. «El
fuego —dice— es falta y exceso», o sea, en otras palabras, es todas las cosas
que existen, pero es esas cosas en una constante tensión de combate, de
consunción, de inflamamiento y de extinción.
De
modo que, si el fuego se alimenta de las cosas, transformándolas en sí al
abrasarlas, les da también tanto como de ellas toma. «Todas las cosas se transforman
en fuego y el fuego en todas las cosas, lo mismo que se cambia el oro por las
mercancías y las mercancías por el oro.» Así, mientras la sustancia de cada
clase de materia está siempre cambiando, la cantidad total de esas
especies
de materia permanece la misma.
Pero
lo que Heráclito trata de explicar no es solamente la relativa estabilidad de
las
cosas,
sino también la variable preponderancia de una clase de materia sobre las
otras,
como se ve en el día y la noche, el verano y el invierno... (…)lo que llama
Heráclito la «oculta armonía del Cosmos», armonía que asegura ser «mejor que la
armonía manifiesta»
En
suma, el Uno es sus diferencias, y las diferencias son ellas mismas el Uno.
CAPÍTULO VI – PARMÉNIDES
Parménides
escribió en verso, y la mayoría de los fragmentos que de su obra
poseemos
fueron conservados por Simplicio en su comentario. Resumida, su doctrina
quiere
decir que el Ser, el Uno,
“es”, y el devenir, el cambio, no pasa de mera ilusión.
Porque si algo empieza a ser, una de dos:
o procede del Ser, o procede del No-Ser. Si
viene del primero, entonces ya es... y,
en tal caso, no comienza entonces a ser; si viene
de lo segundo, no es nada, puesto que de
la nada no puede salir nada. El
devenir es,
por consiguiente, ilusorio. El Ser “es”
simplemente, y es Uno.
(…)
no ha de sorprender la insistencia con que recalca Parménides la radical
distinción que hay entre el camino de la verdad y el camino de la creencia o de
la opinión. Es muy probable que el camino de la opinión, expuesto en la segunda
parte del poema, representase la cosmología de los pitagóricos; y como la
filosofía pitagórica difícilmente se le ocurriría al hombre que se deja guiar
sin más por el conocimiento sensible, no cabe sostener que la distinción de
Parménides entre los dos caminos tenga toda la generalidad formal de la
distinción hecha ulteriormente por Platón entre la ciencia y la opinión, entre
el pensamiento y la sensación. Trátase más bien del rechazo de una filosofía
determinada para defender otra filosofía determinada. No obstante, es cierto
que Parménides rechaza la filosofía pitagórica.
Mas, el cambio y el movimiento son, con
toda certeza, fenómenos que aparecen a los sentidos, de modo que, al rechazar
el cambio y el movimiento, Parménides cierra el camino de las apariencias
sensibles. Por lo tanto, no es inexacto decir que Parménides introduce la fundamental
distinción entre la razón y la sensación, entre la verdad y la apariencia.
En
la filosofía platónica vino a ser de capital importancia esta distinción, igual
que tiene que serlo en todas las formas del idealismo.
Pero,
aunque Parménides enuncia una distinción que había de convertirse en uno de
los
dogmas fundamentales del idealismo, hay que vencer la tentación de hablar de él
como
si él mismo hubiese sido idealista. Según veremos, hay una razón muy sólida
para
suponer que, a los ojos de Parménides, el Uno es sensible y material, por lo
que
hacer
de nuestro filósofo un idealista objetivo a la manera de los del siglo 19 es
incurrir
en un anacronismo: de la alegación del cambio no se sigue que el Uno sea
Idea.
(…)
aunque Parménides afirma la distinción entre la razón y la sensación, no lo
hace
para
establecer un sistema idealista, sino para establecer un sistema monista
materialista,
en el que el cambio y el
movimiento son rechazados como ilusorios. Sólo
la razón puede aprehender la realidad,
pero esa realidad que la razón aprehende es
material. Esto no es idealismo, sino
materialismo.
Pasemos
ahora a la doctrina de Parménides sobre la naturaleza del mundo. Su
primera
gran aserción es la de que «lo Ente es». Lo «Ente», a saber, la Realidad, el
Ser,
sea cual fuere su naturaleza, es, existe, y no puede no ser. Lo Ente es, y le
es
imposible
no ser. Del Ser puede
hablarse, al Ser puedo yo hacerlo objeto de mi
pensamiento; pero el que yo pueda pensar
y hablar del Ser es posible «porque lo
mismo es poder ser pensado que poder
ser». Mas si «lo Ente» puede ser, luego es. ¿Por qué? Porque si, pudiendo ser,
sin embargo no fuese, entonces sería la nada. Ahora bien, la nada no puede ser
objeto del habla ni del pensamiento, por cuanto hablar de nada es no hablar, y
pensar en nada es no pensar en absoluto. Además, si «lo Ente» tan sólo pudiese
ser, entonces, por paradoja, nunca podría llegar a ser, pues tendría que
proceder de la nada, y de la nada no procede nada. Por lo tanto, el Ser, la Realidad,
«lo Ente», no fue primero posible, es decir, nada, y después existente, sino que
siempre ha existido; con más exactitud: «lo Ente es».
¿Por
qué decimos que «con más exactitud, lo Ente es»? Por esta razón: si algo viene
al
ser,
ha de provenir o del ser o del no-ser. Si decimos que proviene del ser,
entonces no
proviene
en verdad, no se da un auténtico venir a ser, pues lo que del ser proviene ya
es.
Y si dijéramos que proviene del no-ser, entonces el no-ser habrá de ser ya
algo,
para
que de ello pueda surgir el ser; mas aquí hay contradicción. Por consiguiente,
el
Ser,
«lo Ente», no surge ni del ser ni del no-ser: nunca ha empezado a ser, sino que
simplemente
es. Y como este razonamiento es aplicable a todo ser, jamás empieza a
ser
o deviene cosa alguna. Pues si
algo, aun lo más insignificante, cambiase alguna
vez, se presentaría siempre la misma
dificultad: ese algo, ¿proviene del ser o del no ser?
Si lo primero, ya sería, ya existiría; si
lo segundo, incurriríamos en contradicción,
puesto que el no-ser es la nada y no
puede dar origen al ser. Por lo tanto, el cambio, el devenir, y el movimiento
son imposibles.
Y, según esto, «lo Ente es». «Uno solo es el camino que nos queda: el de decir
que lo "Ente es". Y en este camino hay múltiples indicios
de que, lo que es, es increado e indestructible, pues es completo, imperturbable e
infinito.
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